Aporte de Ana Cristina Restrepo Torres.

Aporte de Ana Cristina Restrepo Torres.

Les quiero compartir esta reflexión, a un año del accidente de Sarita, y realmente, al primer año de su muerte, pues ella murió en el accidente el 21 de octubre. Los médicos la revivieron ocho veces hasta dejar su cuerpo sostenido con máquinas. Con la esperanza que su juventud hiciera el milagro de recuperarse… pero la realidad era otra y aceptarla ha sido en extremo doloroso. Su partida final, cuando su cuerpo no pudo más, en enero de este año, fue ya el momento de despedirla y dejarla ir como lo que ella era en vida: un ángel.

Estos meses han sido difíciles, extraños, una montaña rusa de sentimientos. Dios sabe cuánto duele la ausencia de mi ángel. 

He aprendido este tiempo que hay cosas y acciones que son fatuas y no merecen el desgaste de energía al discutir o reclamar. Las cosas no importan, el desorden tampoco, ¡cuánto daría yo por volver a ver una sola vez la maleta de Sarita en el sofá! Que sí se levantó el plato, si la crema dental está tapada… o discutir porque quiso salir a una hora y tenía tareas… he aprendido que nada de eso importa. 

Vale, su sonrisa, sus hermosos ojos pícaros, sus manos hábiles haciendo origami o tallando una escultura, escucharla cantar como los mismos ángeles, hablar a una velocidad que nadie entendía nada… ¡Cuánto vale la voz de una niña sorda! Aprendió a hablar y nunca paró de hacerlo… El silencio de su voz dulce y amable es desgarrador. 

Escucho a mi alrededor a madres discutiendo con sus hijos por tonterías, tratandolos con una dureza extrema. ¡No dejes la chaqueta en la silla!… ¿Por qué no levantaste los platos?

¡Me dejaste con la comida hecha! ¿No ves cuánto trabajo y llego cansada para que me pidas mil cosas?

Siempre pensamos en NOSOTRAS, y en lo que queremos de ellos. Olvidamos, y yo olvidé que mis hijos tenían voz propia, sentimientos propios y que solo eran NIÑOS creciendo. Se me olvidó que cuando yo crecía también tuve discusiones con mi madre, con mis hermanos, escuché mil veces los mismos reclamos que terminé haciéndoles a mis hijos cuando juré que NUNCA se los haría, porque no quería que se sintieran miserables como me sentía yo. Los cargué de culpas que solo eran mías y no les correspondían. Les solté a ellos mis frustraciones y perdí tiempo valioso e irrepetible con ellos. 

Debí pasar más escuchándolos y ayudándolos que retándolos. Ahora no puedo retroceder el tiempo ni recupar las noches largas en las que Sarita solo quería conversar. Escuchar mis cuentos y mis travesuras de infancia. Mis experiencias en el internado lejos de casa, o simplemente pregutarme mil cosas que su insaciable curiosidad sentía. Generalmente me negaba porque estaba cansada. Pero cuando lo hacía, era lo mejor, verla escucharme con avidéz y con admiración. Dormíamos juntas, abrazadas y jalando las cobijas que siempre terminaban el suelo. Momentos entrañables, a veces todos juntos en mi cama, pequeña ya para dos adolescentes más grandes que yo, junto a la gata que buscaba su espacio. 

Añoro esas noches largas, esas largas conversaciones. También, íbamos de compras juntas y luego nos íbamos a tomar un té, un capuchino, alguna torta y a hablar por horas. Sentir su abrazo era sentir las alas de un ángel, lleno de dulzura y calor, me generaba paz, un amor incondicional y cuando me decía mami eres tan pequeña!! y me metía entre su regazo, me sentía plena. Añoro tanto esos momentos, pero no los volveré a tener.

Intento construir con mi hijo una nueva familia, él, el perro, la gata y yo. Una familia destrozada por una tragedia irremediable. La ida de Sarita es inenarrable e indescriptible el dolor que generó, genera y generará. Su ausencia duele, el silencio y no sentir su presencia rompen mi alma y aturden mi mente. 

Quisiera poder retroceder en el tiempo y corregir esas acciones que ahora duelen, poder responderle sus mil preguntas, darle los mil abrazos que pedía cada día, que no importe el dolor físico sino recibir su energía sanadora… Quisiera retroceder el tiempo… y volver a tenerla junto a mí.

Pero eso es imposible, solo me quedan los recuerdos y es a ellos a los que pongo mi esperanza de vida, a lo que ella, mi ángel me dejó en sus cortos 17 años. Las almas que tocó con su inocencia y su gran valor, su liderazgo nato entre sus amigas para guiarlas por el camino de la honestidad, de lo correcto y de la fe en sí mismas. Me dejó un legado de niñas hermosas que eran sus amigas; me dejó chicos valientes y con valores que eran sus amigos. Sus escritos y dibujos, llenos de frases que antes no entendía y ahora toman un valor enorme.

Cuánto me gustaría que mis palabras pudieran tocar el corazón de otras madres, padres, hermanos, para que valoren a sus propios ángeles. Que dejen de darle valor a lo material, al extremo orden de muebles, ropa o cosas. Que aprendan a valorar a sus hijos como son, desordenados, alocados, devoradores de toda clase de comida, ya aprenderán a ser ordenados, ya aprenderán a ser mesurados y a cuidarse, así como lo aprendimos nosotras al llegar al mundo adulto, lleno de retos, responsabilidades y destructor de ilusiones y sueños infantiles.

Ahora disfruto volver a dormir abrazada con mi hijo una noche cualquiera, irnos a un cine en familia, comer un helado cualquiera, caminar simplemente de su brazo… Entender que aún me queda otro ángel, que está emprendiendo su propio vuelo, teniendo el control de su vida y que solo debo disfrutarlo cada momento que esté junto a mí. Que cuando vuele, será mi orgullo verlo desplegar sus alas con fuerza y valentía aventurándose en un mundo que será diferente al que yo viví a su edad.

Déjenlos vivir como niños, adolescentes y jóvenes adultos que son. Valoren los momentos que pasen juntos, no desperdicien energía en regaños inútiles, no se nieguen a escucharlos así estén cansadas. Acuerden con ellos las cosas, no las impongan. Son una generación muy valiosa que merece ser valorada tal y como son, no tal como quisiéramos que fueran, porque eso solo es la proyección de lo que queremos ser y no podemos hacer de ellos una copia mejorada nuestra. Son seres con su propia valía, ángeles que tienen su propio destino y un acuerdo con Dios que solo ellos conocen. Así como nosotras tomamos nuestras decisiones de vida y hemos cumplido a nuestra manera nuestro acuerdo con Dios, dejemos que ellos sean lo que son: Ángeles de amor.