Javier Correa, papá de Juanita, le hace un homenaje enviando tres cartas: al amor, al tiempo y a la muerte, como parte de su proceso de duelo.

Amor

Lo primero que le quiero decir es que no sé cómo llamarle. El diccionario diría que es un sustantivo masculino, pero personalmente dudo que usted tenga género. De modo que dejaré así el encabezado de esta carta y le diré que desde antes de nacer sentí su presencia absoluta en una familia en la que mi padre y mi madre nos concibieron y nos recibieron con la alegría que produce el pronunciar su nombre.

Basado en usted formé otra familia, que enriquecieron dos hijas y un hijo, quienes han seguido el camino y la han ampliado con dos nietas y un nieto.

La chiquita de las hijas, eso usted lo sabe, en un acto generoso trascendió y nos dejó un transparente mensaje de gratitud.

Esta carta, que será enviada de manera abierta y no sellada en un sobre, pretende expresarle mi gratitud y, sin dudarlo, ser redundante cuando le digo que es escrita con mucho amor.

Javier

 

 

 

Tiempo

Hay un tiempo que puede ser medido en relojes, desde el primero que proyectaba en el suelo la sombra de una estaca, para señalar el curso de la tierra alrededor del sol, hasta los últimos equipos que miden milésimas fracciones de segundo, algo que en lo personal supera mi entendimiento y me produce un asombro que se mezcla con inquietudes sobre los orígenes del planeta en el que habitamos y del universo mismo, y la incertidumbre de un futuro que aún no existe.

En ocasiones sentimos que usted pasa tan rápido que nos genera vértigo y, en otras, es de una lentitud que nos produce tedio. Sentimos que usted se queda corto para disfrutar y expresar en un abrazo lo que sentimos. Aunque, ahora que lo escribo, caigo en cuenta de que ese es un asunto nuestro y no suyo, por lo que cierro estas líneas con un mensaje de agradecimiento al espacio que nos abre cada día para disfrutar todos los instantes, con intensidad inmensa.

Javier

 

 

 

Muerte

Seguramente usted recuerda, como yo, la angustia que cuando era niño me producía todas las noches el riesgo de no amanecer con vida. Con su sabiduría, mi padre me explicó que esa noche en la que le expresé mi temor, no me iba a morir. Dormí tranquilo.

También ha de recordar la noche en la que tras un accidente automovilístico estuve a punto de encontrarme con usted, e incluso me sucedió eso que llaman desdoblamiento y pude ver una luz plena sin sombras en medio de lo que debía ser la oscuridad de una carretera. Perdí el miedo de morir-me.

Años después, llegó usted y me arrebató a mi padre, después a varios hermanos y más tarde a mi madre. Me quedó la tristeza de no poderlos abrazar más, menguada por la alegría de haber compartido con ellos una buena parte de mi camino.

Vino después la inminencia de su llegada, cuando mi hija menor enfermó. Pero ella misma me llenó de paz cuando me dijo que estaba lista para trascender en paz, en el tiempo que ella misma elegiría, y con el más grande amor, con el único amor.

Javier